"Hay otros mundos pero están en éste, hay otras vidas pero están en ti", decía el poeta surrelista Paul Éluard hacia los años 30 del siglo pasado. El onirismo sugerente de Éluard nos sirve de ejemplo para ilustrar este Cántico espiritual del cuerpo, donde intento instaurar una vigilia onírica que evoca imágenes, gestos, sensaciones, afectos, pulsiones desgarradas e intuiciones desbocadas. La obra, toma de la dinámica de los sueños, una temporalidad aparentemente caótica y alineal donde la realidad y la irrealidad se entremezclan en un mundo único e irrepetible, donde se deslavazan las formas y se confunden los límites. Forma y contenido inserto en un continente abstracto, donde el gesto, instaura una unidad hetereogénea en torno al trazo, al signo y al símbolo musicales, dentro de una abstracción lírica, si se permite el parangón pictórico, imbuidos por una sugestividad de imágenes que evocan un universo tan particular como propio. A través de una cita de José Ángel Valente, construyo cuatro poemas erótico-místicos donde la polaridad constituye el elemento generatriz de una estética polivalente de unidad de contrarios. Así, aparecerán los conceptos universales del interior homine, inefables e intangibles de no ser por el elemento restaurador de la palabra, que, de otra forma, inhabilitaría la realidad de la consumación de lo que se sugiere, porque la exaltación de la acción, de consumarse, destruiría una realidad imposibilitada por su propia autoconsunción, pues la evocación, es rayana a lo incomprensible. La sugerencia al placer cruza el umbral de lo soportablemente intenso tornándose por ende en su contrario, el dolor. No hay lucha de contrarios sino una hierogamia de conceptos universales en perfecta comunión: Placer-Dolor, Cuerpo-Alma, Vida-Muerte, Masculino-Femenino, Sexo-espíritu, Misticismo-Erotismo, Pasión-Preciosismo, Luz-Sombra, Desbocamiento-Continencia, Consonancia-Disonancia. Lo racional y lo irracional se solazan bajo conceptos que abarcan a Lo Eterno-Lo Efímero, El orden-El Caos, lo contingente-lo inconmensurable, lo mistérico-lo diáfano, La Honestidad-La Perversión, La Geometría-el Trazo suelto, el Habla-el Canto, el Ruido-el Sonido. El viento, el clarinete, es la exhalación jadeante, la cuerda es el frotamiento o acariciamiento de unos cuerpos inmarcesibles unidos por un elemento neutro, el acordeón, reminiscencia de un aura que desdibuja cualquier intento de formalización musical y orden lineal preestablecido, para imbuir mediante la escucha, una estética de abstracción contínua y diacromatismo sintomático que es como yo lo he definido. Es el síntoma, la atmósfera, la semántica, lo inconcreto y lo subjetivo, de unos sonidos aparentemente caóticos que de una manera deletérea y vital a la vez, simbolizan una iridiscencia reminiscente y latentemente sacral que se vivencia desde un simbolismo ritual, una repetición sistemática de objetos sonoros que se conjugan con lo humanamente tangible, la voz y la palabra, para recrear una atmosfera sugestionada y exaltada donde la música, tangencialmente, elude la cita expresa; y la palabra, por el contrario, elude la metáfora para abarcar lo explícito cuya metonimia, es ya implícita. No es un experimento mi música aunque sí reconozco haberme introducido, con esta obra, en un laberinto donde Teseo intenta vencer al Minotauro de la pasión y la vorágine de la salida, que sólo será posible bajo el hilo que le teje Ariadne, el eterno femenino.